Hacía mucho tiempo que en aquellas tierras habían habitado cuatro especies
distintas de seres inteligentes: los de las narices largas, los de las narices aún
más largas, los de las narices cortas y los que no tenían narices.
Durante siglos, todas estas especies convivieron y se soportaron.
Cada una de ellas se dedicaba a trabajos especializados que tenían relación con
las características peculiares de sus apéndices faciales. Así, los de las narices
largas trabajaban de sommeliers y de metemeentodo, por ello se consideraban
a sí mismos los espías perfectos. Los de las narices aún más largas hacían de
perros por las noches y durante el día dormían y jugaban al escondite.
Los de las narices cortas eran muy versátiles y
servían especialmente para el teatro y las artes de la representación y la puesta en escena.
Por último, los que no tenían narices se pasaban la vida en casa, protegidos por las faldas
de sus mamás y nunca, nunca, nunca defendieron una opinión propia o retaron a
quien les hubiera humillado delante de todos.
Este orden duró mientras unos y otros no se percibieron como recíprocamente incompatibles.
Pero hubo un momento en que en aquellas tierras germinó, primero entre los más sabios y
después entre el populacho, el ideal estético del equilibrio, la moderación y el justo medio.
Este ideal fue introducido por los escolásticos del Peloponeso en sus incursiones marítimas y,
más tarde y con el transcurrir de los siglos, se reforzó definitivamente con el contacto con
otros pueblos clásicos, como los narcos de Chihuahua y los mods de las islas británicas.
Los estetas del equilibrio y la moderación despreciaban el desorden y también lo extremo,
lo desproporcionado y lo muy ensanchado o muy encogido, lo muy negro o lo muy blanco,
lo muy estruendoso o lo silencioso al límite y así…
De la estética del equilibrio fue derivando una moral sobre la vida y, como resultado,
una jerarquía de las especies. Los seres de las narices largas y los de las narices cortas se sintieron
superiores, pues juzgaban a los de las narices aún más largas y a los que no tenían narices como
unos extremistas radicales que rebasaban toda medida y rompían cualquier proporción.
Les comenzaron a ver tan feos que se les hacían repugnantes y, en alianza mutua, no pararon
hasta que los exterminaron a todos sin ninguna piedad. Aquella masacre no se entiende sin
considerar que los de las narices aún más largas y los que no tenían narices se sentían miserables y acomplejados.
Por ello, no se defendían sino que incluso se suicidaban y se sacrificaban entre ellos con dagas y venenos.
En la imagen que encabeza los presentes escritos, aparecen dos ejemplares, uno de ellos
pertenece a la especie de las narices largas y el otro a la especie de las narices cortas.
De las otras dos especies no quedan rastros ni ninguna representación que nos recuerde
como eran ni la apariencia que tenían; sin embargo, partiendo del aspecto de las dos especies
que perviven, de algunos escritos y de una tradición oral que aún subsiste, un equipo de
paleontólogos ha esbozado una imagen de cómo debieron de ser aquellos seres.
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